El término "generación de cristal", que considero peyorativo, se utiliza para describir a una generación de jóvenes que se caracterizan por su supuesta fragilidad emocional. Esta supuesta fragilidad se atribuye, en parte, a una crianza sobreprotectora por parte de sus padres. Se les considera personas con muy poca tolerancia a la crítica y a la frustración ante el no logro de metas.
Sin embargo, a raíz del crecimiento en el uso de las redes sociales, se expone un fenómeno particular. Varias generaciones coincidimos en tiempo y espacio, y entre ellas nos encontramos adultos que nos rehusamos a aceptar que fuimos maltratados por nuestros padres o cuidadores. Justificamos dicho maltrato atribuyéndole intenciones educativas o formativas, considerándolo por ende amoroso. Cuando nos confrontamos con esta triste realidad, las reacciones comunes son variadas: minimizar el maltrato, hacer burla de él, destacar su impacto positivo en nuestro desarrollo, expresar agradecimiento o idealizar la figura materna o paterna, entre otras. Muchos de nosotros, inclusive, somos incapaces de reconocer el maltrato que infligimos a nuestros propios hijos. Recordemos que el maltrato también incluye prácticas negligentes, ausencia de límites, indiferencia, descuido y maltrato verbal.
¿Estamos ante generaciones incapaces de confrontarse con realidades complejas? ¿El estrés que nos genera la idea de no ser queridos nos lleva a buscar justificaciones para aminorar el dolor?
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